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La Piel, el órgano más grande del cuerpo humano

El envejecimiento altera las capacidades de nuestra piel. Entre los 25 y los 66 años, la sensibilidad se reduce un 50%.

Primer ejercicio táctil:

Hay que imaginar un ser extrañísimo, con unos labios y una nariz (más concretamente, la punta) que superan ampliamente las proporciones de su rostro, y unas manos tipo Eduardo Manostijeras, pero sin cuchillas cuyos dedos son, uno a uno, más grandes que cualquiera de sus (en comparación) pequeñas piernas. Anda, además, sobre unos pies de gigante, de planta descomunal. No, no es uno de los monstruos nacidos de la locura creativa de Dalí.

Se trata de la representación visual de cualquiera de nosotros, sólo que elaborada desde el punto de vista de nuestra sensibilidad háptica, de nuestro tacto. Las partes más ampliadas de nuestro monstruo serían las más sensibles, señaladas por el neurocirujano Wilder Penfield.

Así somos. Todo tacto.  Podemos evitar mirar, podemos negarnos a oír (si no se pueden cerrar las orejas, al menos se pueden tapar), podemos no saborear y, por último, podemos intentar, al menos por un instante, no oler. Pero no podemos dejar de sentir. Ya sean golpes o caricias, un pinchazo o el simple roce de la tela de la ropa, nuestra piel está hablándonos siempre (otra cosa es que le hagamos caso).

La piel es el órgano más grande del cuerpo humano cada uno arrastramos aproximadamente seis kilos de pellejo; no es extrańo, pues, que el tacto sea el primero y el más constante de los sentidos; aunque hasta ahora se le ha prestado poca atención. Tenemos gafas y audífonos, pero pocos se han atrevido a buscar altavoces para la piel. Podemos sentir más? La respuesta es: sí. 

Así funciona,

Para explicarlo, hay que conocer cómo funciona este complejo sistema. Los estímulos táctiles, percibidos a través de la piel, pasan de las terminaciones nerviosas (alrededor de 200.000 repartidas por todo el cuerpo) a la médula, y de ahí al cerebro. Allí, llegan hasta ciertas neuronas de la corteza cerebral. Hay zonas específicas, a lo largo de una franja vertical en el córtex, para procesar las sensaciones que llegan de cada zona del cuerpo. Es decir: si el estímulo alcanza nuestra mano, se activan las neuronas de una zona concreta de esa franja vertical del córtex; si el estímulo es en la planta del pie, se activan otras. De ese modo, es como si en nuestro cerebro hubiera todo un mapa virtual de nuestro cuerpo al completo.

La agudeza táctil se mide mediante un estesiómetro, una especie de compás que pincha en dos zonas de la piel. A determinada distancia, sentimos que, en lugar de dos puntos de presión, sólo hay uno. Y esta distancia es diferente según la sensibilidad de la zona de la piel donde presionemos. En las zonas más sensibles, la distancia a la que todavía sentimos dos puntos es menor que en las zonas menos sensibles. Los dedos y la punta de la lengua se cuentan entre los más sensibles.

Cómo sentir más


Por el contrario, investigadores alemanes de la Universidad de Ruhr en Bochum están estudiando cómo ampliar las sensaciones, como aumentar la capacidad de sentir. Los participantes en el estudio se colocaron un dispositivo con forma de disco de ocho milímetros en su dedo índice derecho que, cada segundo, punzaba la piel. Al cabo de tres horas, al quitarse el parche y tocar una superficie, su sensibilidad táctil había mejorado. Los investigadores comprobaban con tomografías que había aumentado el número de neuronas que se dedicaba a procesar esa información, y así, a más neuronas, más percepción táctil.

Es decir, al estimular el dedo, el sujeto tenía más sensibilidad. Existen circunstancias que cambian la intensidad con que sentimos las cosas que nos tocan. Algunos medicamentos, accidentes, y la diabetes, por ejemplo, pueden tener repercusiones negativas en el tacto. También el envejecimiento, por la degeneración de los terminales nerviosos y la disminución del flujo sanguíneo, reduce hasta un 50% la sensibilidad táctil entre los 25 y los 66 ańos. Un estudio realizado hace tres ańos por Loréal y neurobiólogos de la Universidad de Aix-Marsella demostró que la calidad de la piel determina la pérdida de sensibilidad al tacto que conlleva la edad: más cuidada, más hidratada, resiste más la pérdida de sensibilidad.

 

Fuente: Quo.es

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