
Tic, tac, tic, tac...

La ciencia ha definido el tiempo.
Antes de Galileo, era natural;... Newton lo convirtió en lineal;... Einstein lo hizo relativo.
Cada uno en su tiempo.
Cada tic y cada tac indican un nuevo segundo. Que no es 1/86.400 día, sino 9.192.631,77 latidos de un átomo de cerio dentro de un reloj atómico. Un reloj que hay que ajustar en un segundo periódicamente, para seguir los cambios de la velocidad de rotación del planeta, el tiempo del planeta. Pero, qué tiempo mide ese reloj? El de la ciencia.
El tiempo científico nació de la mano de Galileo, quien, al estudiar el balanceo de una lámpara con el pulso de su muñeca, convirtió el tiempo en una magnitud fundamental para estudiar el mundo físico. Antes, sólo existía el tiempo natural, el que marcaba la naturaleza: el día y la noche, las estaciones, etc. Un tiempo flexible los días se acortan y se alargan, personal, cíclico y activo; es decir, que afectaba al mundo real por ejemplo, el anticipo o retraso de la época de lluvias condicionaba la cosecha.
La novedosa interpretación del tiempo que hizo Galileo supuso la primera pieza del reloj cósmico que Newton construyó en el siglo XVII. Newton introdujo un nuevo concepto de tiempo: rígido, inmutable, lineal. Y ajeno al universo físico. Pero sobre todo, un tiempo único, absoluto; que, dicho así, suena francamente mal, pero que en realidad es el que dicta el sentido común. En él, si sincronizamos nuestros relojes, estos marcarán siempre la misma hora. No importa dónde estemos y cómo nos movamos.
Jugar al golf con la luz
El Universo estuvo en hora hasta que, a finales del siglo XIX, se demostró que la velocidad de la luz era constante. Y al reloj de Newton se le fundieron los plomos.
Intentaremos que se haga la luz con un ejemplo: hace años, Olazábal batió en un avión el récord del putt más largo. El golpe se ejecutó en el pasillo de un Concorde, por lo que, aunque para Olazábal la bola sólo cubrió 45 metros de pasillo a una velocidad normal, para un observador en tierra la bola había recorrido a gran velocidad 14.850 metros en el mismo intervalo de tiempo. Supongamos ahora que Olazábal intenta embocar un pulso de luz. Desde el punto de vista newtoniano, la situación sería análoga a la anterior: en el mismo intervalo de tiempo, el observador terrestre mediría un recorrido de la luz, mucho mayor que el que mediría Olazábal. Y como la velocidad es la relación entre el espacio y el tiempo, el observador en tierra mediría una velocidad de la luz mayor. Pero la luz viaja a velocidad constante, por lo que ambos observadores, por fuerza, deben medir la misma velocidad. Aquí es donde aparece la Teoría de la Relatividad: para que la velocidad de la luz de ambos sea la misma, tienen que medir un tiempo distinto.
Conclusión: no hay un tiempo único, sino que cada observador tiene su propio tiempo, que depende de cómo se mueva. Si sincronizamos nuestros relojes y después nos movemos de manera diferente, los relojes reflejarán tiempos distintos (el efecto sólo se aprecia si las velocidades son enormes). Y esto, por muy contraintuitivo que resulte, ha sido demostrado con experimentos. En uno de ellos, dos relojes muy precisos, tras volar alrededor de la Tierra en sentidos opuestos, indicaron tiempos ligerísimamente diferentes.
El tiempo que nos toca vivir
El nuevo tiempo vuelve a ser flexible e individual, y ahora, además, está conectado al espacio. Ya no tiene sentido hablar del tiempo como algo independiente, sino de un espacio-tiempo tetradimensional. Cuando un objeto se mueve, o una fuerza actúa, deforma la curvatura del espacio-tiempo; y de modo análogo, la estructura del espacio-tiempo afecta a cómo se mueven los cuerpos y cómo actúan las fuerzas. El mejor ejemplo para verlo es el de una superficie plana elástica tensa (un espacio-tiempo bidimensional) en la que se coloca una bola. Ésta deforma el espacio-tiempo bidimensional, y a su vez, esta deformación influye en cómo se moverá otra bola si se coloca en la superficie.
Visto así, no extraña que la mayoría nos hayamos quedado en el tiempo de Newton....
Fuente: Quo.es
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