¿ERES MONO O POLY?
Ya lo decía Freud: Todos somos polígamos reprimidos. La evolución podría darle la razón.
Somos cavernícolas. En cuestiones de pareja, y a pesar de los años transcurridos, somos poco más que esta lindeza que Julia Roberts le lanza a Clive Owen en plena tormenta de celos a causa de una traición por su parte en la cruda película Closer.
Desde el Homo sapiens hasta ahora, el ser humano asiste en primera línea a esta escena casi a diario, porque desde entonces el secreto de pareja que más nos inquieta es la infidelidad. Hoy, bajo la piel de 10.000 años de historia, los atuendos de la modernidad, hacemos lo mismo que nuestros ancestros: vigilar, espiar y escudriñar a nuestra pareja, explica el catedrático de Psicología Social de la Universidad de Málaga Luis Gómez Jacinto, autor de varias investigaciones sobre celos e infidelidad.
Heredamos esta respuesta emocional de nuestros ancestros. Ya en la Edad de Piedra, quienes sentían un posible abandono del compañero y actuaban para evitarlo tenían mayor éxito reproductor y una ventaja selectiva sobre los que se quedaban impasibles. Para sí habrían querido aquellos cavernícolas el principal confidente con que cuenta hoy el hombre: el teléfono móvil.
Según un estudio realizado por The Phone House, el 46% de los hombres reconoce espiar los SMS de su chica. En el caso de ellas, tal costumbre afecta a un 44,8%. Y de los datos a la realidad aún puede haber un abismo. Como indica Gómez Jacinto: ¿Quién va a confesar este tipo de conductas?
Ser fiel no es viable
Los celos son la respuesta corrosiva a una realidad que parece inherente tanto al hombre como a la mujer: la infidelidad.
En esta encrucijada de sexo, tentaciones y debilidades, las parejas se hacen añicos.
¿Por qué somos tan vulnerables?
¿La raza humana no está incluida en ese pequeño 3% de mamíferos monógamos?
Que en la sociedad humana predominen las relaciones monógamas seriales no implica necesariamente fidelidad. Lo más próximo a la exclusividad es tener un/a esposo/a y casi ningún amante, responde Gómez Jacinto. Biológicamente, la monogamia es imperfecta.
Las encuestas que se han realizado en los últimos 50 años son demoledoras: en ninguna baja de un tercio el porcentaje de incidentes extramatrimoniales. De todos modos, por mucho que nos empeñemos, no es lo mismo nacer en Occidente que en pueblos como los chaga o los kgatla-tswana, que disfrutan de hasta diez coitos cada día.
Y es que los propulsores de la promiscuidad, además de biológicos, son también socioculturales. Estos últimos determinan que una conducta social se exprese o no, explica la neurobióloga Mara Dierssen, investigadora del Centro de Regulación Genómica de Barcelona. Nuestra sociedad, por ejemplo, es claramente más permisiva con la infidelidad masculina. Eso determina que la infidelidad femenina en el matrimonio salga menos a la luz y haya sido menos frecuente, debido a las consecuencias sociales mucho más graves. Frente a una consecuencia negativa o positiva, lógicamente nuestro cerebro aprende a fomentar o inhibir una conducta.
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