Dinofashion: Locos por sus huesos

T. rex y sus secuaces viven una nueva edad de oro. Esto es lo que los  últimos hallazgos revelan sobre las criaturas más apasionantes del pasado

No hay nada como encontrar un fósil. Para un paleontólogo no hay mayor “subidón”. Tener en la mano tras arduo trabajo parte de un animal que estuvo vivo hace millones de años. No es extraño que, para encontrarlos, se vaya al fin del mundo. Que es exactamente donde algunos “dinosauriólogos” están yendo a buscar sus presas: a sitios como las Montañas Transantárticas, en la Antártida, donde a veces un mes de excavación supone sólo nueve días de trabajo provechoso. O al corazón del desierto, en Níger, en mitad de una zona de guerra, en busca de un afloramiento de la edad indicada para encontrar dinosaurios.

Porque gracias al espectacular yacimiento chino de Yixian, a la aplicación de nuevas tecnologías al estudio de viejos fósiles y a la caza de restos allá donde nunca se han encontrado antes, los paleontólogos están empezando a entender mucho mejor la vida de los dinosaurios, a reconstruir sus ecosistemas, a comprender cómo evolucionaron. Y de paso, a confirmar que siguen entre nosotros, vivitos, coleando y cantarines, en forma de aves.

La vuelta al mundo

La idea de que algunos dinosaurios pudiesen tener sangre caliente fue una revolución, y aunque en los tiempos de la última fiebre de los dinosaurios, cuando Parque Jurásico y sus secuelas recorrían los cines del planeta, los paleontólogos creían tener las cosas claras, aún quedaban sorpresas; por ejemplo, la aparición de nuevos géneros de dinosaurios depredadores, como los Velociraptor, capaces quizá de cazar en manada.

Al fin y al cabo, en toda la historia de la Paleontología se conocían apenas 300 géneros de dinosaurios desde su aparición en el Triásico, hace 220 millones de años, hasta su extinción al final del Cretácico, hace 65 millones de años.

Desde 1992, el número de géneros conocidos casi se ha duplicado: ahora son unos 500. Y aunque siguen siendo pocos para conocer en detalle 155 millones de años de historia, han complicado mucho el panorama. Especialmente en lo que concierne al Cretácico, la gran Era de los Dinosaurios.

En efecto, durante la primera parte de su evolución los dinosaurios vivieron en un planeta geográficamente muy diferente del actual. Los continentes estaban agrupados en una supermasa continental llamada Pangea, rodeada de un megaocéano global conocido como Pantalasa. De esta forma, los animales predominantes en esa época se distribuyeron por todo el mundo.

El gran depredador Allosaurus, por ejemplo, ha aparecido en el Medio Oeste estadounidense, pero también en las actuales Portugal y Tanzania; parientes se han descubierto en China, Gran Bretaña y la Antártida. Pero este llegar hasta el último rincón de aquel joven planeta andando se acabó cuando, hacia el final del Jurásico, el mar de Thethys separó definitivamente Laurasia de Gondwana.

A partir de ese momento, las faunas de ambos continentes evolucionaron por separado… O eso era lo que se tenía por cierto hasta la década de 1990. Durante el Cretácico, en Laurasia dominaban los dinosaurios mediáticos por excelencia, formidables bestias como Tyrannosaurus, el cornudo Triceratops y los Hadrosaurus de pico de pato, con el añadido de los recientemente descubiertos Velociraptor. Gondwana, en cambio, era la tierra de los Titanosaurios, gigantescos herbívoros similares a una versión agrandada del clásico Brontosaurio (hoy Apatosaurus), y de versiones enormes de los allosáuridos, como el Carcharodontosaurus. Continentes separados, faunas diferentes, y todo limpia y claramente comprendido.

Pero no. Los nuevos hallazgos están complicando las cosas. Los Titanosaurios se empeñan en aparecer en plena Laurasia; por ejemplo, en Galve y Peñarroya de Tastavins (Teruel), pero también en Tailandia y Mongolia.

Simultáneamente, los paleontólogos argentinos han descubierto restos de Neuquenraptor, un claro miembro de la familia del Velociraptor, y fósiles probablemente de miembros de la familia de los Hadrosaurios. Las nítidas separaciones que se establecieron antaño ya no sirven para explicar lo que ocurre.

Buscar entre cenizas

Durante años, los campesinos de la región de Yixian, al nordeste de China, han suplementado sus magros ingresos vendiendo en el mercado abierto fósiles de increíble belleza.

Allí, en una serie de afloramientos de rocas de origen volcánico del Jurásico superior y Cretácico inferior (140 a 130 millones de años) aparecen insectos, peces, mamíferos, tortugas, lagartos, e incluso plantas, preservados en fósiles de intrincado detalle con una calidad equivalente (o superior) a la de yacimientos legendarios como Solnhofen. Los bellísimos fósiles se venden como churros. Algunos, incluso a paleontólogos.

En cualquier caso, los restos de Yixian, por su calidad, número y variedad, han revolucionado nuestra idea del Cretácico desde principios de los 90. Resulta que las cosas no eran tan simples como parecía. En el Cretácico, el norte de China era un complejo ecosistema con gran cantidad de animales. Y en Yixian se conservan sólo los de pequeño tamaño.

Sus fósiles se formaron en un lago no muy profundo, cuando sucesivas erupciones de volcanes cercanos dejaban caer sobre el agua capas de finas cenizas volcánicas. Los animales, muertos por los gases de las erupciones o asfixiados por la ceniza, “navegaban” hasta zonas más alejadas y profundas y se hundían, y así quedaban enterrados por la siguiente erupción. Los animales grandes probablemente eran demasiado pesados para llegar allí, y por eso no se conservan.

Los pequeños quedaban preservados de dos formas distintas, según la composición que tuviera la ceniza. Algunos son versiones planas de los animales completos; otros, en cambio, se conservan en tres dimensiones, en la postura original en que quedaron, como  Mei Long, “El Dragón que Duerme Profundamente”.

Han aparecido en Yixian 20 variedades de dinosaurios, la mayoría de ellos Terópodos, aunque el más abundante de todos es el Psittacosaurus, un pequeño ornitisquio bípedo y comedor de hojas con pico de loro cuyo grupo dio más tarde especies como el cuadrúpedo Triceratops. Muchos de los Terópodos resultaron tener plumas, como sus descendientes, las aves, de las que hay unas 20 en el yacimiento.

También han encontrado mamíferos, como el Repenomamus giganticus, cuya talla, similar a la de un tejón, lo convierte en un mastodonte entre sus parientes de la época, más bien diminutos. Los hallazgos de Yixian, pues, han cambiado para siempre nuestro conocimiento del Cretácico, de la evolución de las aves, e incluso de cómo vivían los dinosaurios. Por eso es llamativo lo aleatorio de algunos de esos descubrimientos. Como el de Microraptor, el dinosaurio más pequeño conocido, y el Dromaeosaurus más primitivo, vital para entender el origen de las aves.

Entradas Relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Subir
Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos y para mostrarte publicidad relacionada con sus preferencias en base a un perfil elaborado a partir de tus hábitos de navegación. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver Política de cookies
Privacidad