Raros, Raros, Raros

De todas las tribus urbanas que existen, los frikis son los únicos cuyo nombre significa ‘extraños’.

Radiografía de un otaku

Cómo visten, qué comen y en qué gastan el dinero.

La mayoría son jóvenes, pero también los hay que han superado la barrera de los treinta. Y son muchos los que padecen sobrepeso, por culpa de la dieta a base de fast food, la vida sedentaria y las interminables sesiones frente al ordenador o en las salas de cine.

1.- Saludo trekkie. Imitar al orejudo Mr. Spock siempre marca estilo.

2. Greñas heavy metal. Imitando a sus ídolos musicales, como Marilyn Manson (foto) o Rob Zombi, otro icono del rock satánico. Pero tampoco le hacen ascos a la música hip-hop.

3.- Cómics japoneses. La chapa de Mazinger Z en la solapa, para recordar la infancia. Pero también, comprar todos los ejemplares de Ghost in the shell (foto), el mejor manga de la historia.

4. Pizza y cerveza. ¿La dieta mediterránea está reñida con el frikismo? La comida basura parece más apropiada para matar el hambre cuando se pasan horas frente a la pantalla del ordenador.

5.- Cine de serie z. Se llevan las infrapelículas, como El ete y el oto, con los Hermanos Calatrava (foto), o las cintas turcas de superhéroes, como Los tres supermanes en Estambul.

Los japoneses los llaman otakus, y los angloparlantes, nerds; pero ambas palabras significan lo mismo: tipos raros. Adoran los cómics y los juegos de rol, han visto veinte veces El señor de los anillos y Matrix, y sueñan con convertirse en dibujantes de historietas o creadores de efectos especiales digitales. Pero, ¿cómo son los frikis?

Elogio de la diferencia

Son seres extraños a los ojos de las personas convencionales, sí. Y a ellos les gusta sentirse diferentes del resto. Pero también son fanáticos que viven sus aficiones con una pasión extrema.
Definir qué es friki y qué no lo es resulta casi imposible. Según explica el periodista Jordi Salgot en su libro Mondo bizarro: “Tan bizarro es ver a las pijo-pavas de Charlie disputándose a guantazos un paracaídas en pleno vuelo, como reírse con el Pozí y los personajes de Crónicas marcianas. La clave está en la actitud del espectador”.

Un ejemplo: Matrix gustó a millones de personas. Pero mientras la mayoría la consideran sólo una película entretenida, el friki la convierte en su estandarte. Aprende sus dialogos de memoria, estudia sus referencias seudomísticas y le pide a su novia que le haga un numerito vestida de látex, como Trinity.
Además, hay frikis de todos los colores. Son mayoría los fanáticos del cómic y el rol, pero también los hay de la Historia, que se saben de memoria todos los generales de la Segunda Guerra Mundial.

Hace treinta años, pertenecer a esta cofradía en España equivalía a estar condenado a la incomprensión social. Inmaduros y asociales eran sólo dos de los epítetos que les dedicaban los fresas (así es como ellos llaman a las personas “convencionales”).

Pero la situación ha cambiado mucho. Hoy, ser friki mola. Y las cifras hablan por sí solas, ya que exclusivamente en España, la industria del cómic, el rol y el cine marginal mueve más de 37 millones de euros cada año.

El manicomio cinéfilo

A los frikis les gusta el cine. Pero más allá de Matrix, la trilogía de El señor de los anillos o Juego de Tronos, el friki más puro y extremo goza con cintas extrañas que rozan el delirio.

¿Te imaginas una película de kung-fu con gorilas? Pues existe; se titula Shaolin invincibles y se rodó en Hong Kong en 1977. La publicidad asegura que está protagonizada por auténticos simios luchadores del Sudeste asiático, pero es una patraña. Hasta el espectador más lerdo es capaz de darse cuenta de que los dichosos monos karatekas son unos fulanos disfrazados. Pero lejos de indignarle, al friki le divierte semejante descaro.

Hasta hace unos años, conseguir material de este estilo era casi imposible. Pero ya en 1997 surgió Mondo Macabro, una tienda de Buenos Aires que ofrece el cine más raro y alucinante del planeta. Casi nadie daba un duro por semejante negocio, pero hoy es una próspera franquicia con sucursales en Washington y Londres.

Y es que Argentina marca la pauta en lo que se refiere a amor por el cine friki. Cualquier fanático sueña con asistir a una de las míticas proyecciones de La Cripta, un cineclub porteño que desde hace varios años organiza escandalosas sesiones golfas de madrugada. Se proyectan películas de terror en un ambiente propio de un carnaval despendolado. El público acude disfrazado de monstruos, hay sustos en vivo, se simulan asesinatos y hasta se realizan stripteases.

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