Los Colores

Érase una vez un pintor que quiso llenar su lienzo con colores imposibles. Para conseguirlo, se quito los ojos. Y entonces, su sueño se hizo realidad.

Un famoso  neurólogo –Oliver Sacks– se preguntó una vez si no habría un lugar donde los colores no existieran, una isla de ciegos al color. Las islas, por su “aislamiento”, suelen albergar cosas extrañas, formas únicas de vida y también enfermedades raras o que afectan a la mayor parte de sus habitantes. Entonces, Sacks oyó hablar de Pingelap, una diminuta isla de Micronesia con una flora exuberante, mil doscientas millas al sureste de Guam, y supo que en Pingelap gran parte de su comunidad sufre acromatopsia: no ven los colores. 


Sacks narra su investigación en un delicioso libro, La isla de los ciegos al color, y explica que lo que les ocurre a sus habitantes tiene que ver con un problema hereditario. 

El resto de los humanos, los que no nacimos en Micronesia, somos capaces de distinguir de 100.000 a un millón de colores distintos, una cifra que explica tantos matices de grises en un día nublado y tantos azules para el mismo mar. Sin embargo, a pesar de todo ese esplendor, hay colores que nos perdemos.

Combinaciones de tres

El rojo pasión, el verde botella y el azul añil, en el fondo no son más que porciones de un todo, como en los quesos. El todo es la luz que nos llega del Sol, y las partes, las distintas longitudes de onda en que ésta se descompone. Cada longitud de onda responde a un color distinto. Si vemos en colores cualquier cosa, la primavera o las aceitunas, es porque todo aquello que nos rodea, cuando le llega la luz, según sea la estructura de la materia de que está hecho absorbe unas longitudes de onda y refleja otras. Las que se reflejan y llegan a nuestros ojos son las que nos hacen decidir de qué color es lo que vemos. Sin embargo, no las vemos todas.

Nuestros ojos –y más concretamente, las células de la retina dedicadas a ello, los conos– son capaces de recoger y procesar sólo unas pocas de las longitudes de onda que existen. De todo el espectro electromagnético, que va de 0 a infinito, nosotros sólo percibimos la banda que va del rojo al azul (comprendida entre los 380 y los 780 nanómetros), y nos perdemos los extremos.


Esto es así porque tenemos sólo tres tipos de conos en nuestra retina; cada uno responde a una banda distinta del espectro de la luz y, por tanto, está especializado en un color: el rojo, el azul o el verde. Mezclando las señales de los tres tipos de conos, el cerebro tiene la información con la que forma una percepción distinta de un gran número de colores diferentes. En los televisores convencionales y en las pantallas de ordenador, los píxeles también son de estos tres colores, que, combinados mediante la tecnología RGB (siglas de red, green y blue), hicieron, entre otros prodigios, que John Wayne y Humphrey Bogart dejaran de ser señores en blanco y negro.

Pero estos tres colores no son los únicos posibles. De hecho, hay animales que en sus retinas tienen conos que les permiten ver el ultravioleta o el infrarrojo, invisibles para nosotros.


Aproximadamente la mitad de la radiación que llega del Sol son infrarrojos que nosotros no vemos, aunque a veces sí los sentimos: no son otra cosa que el calor que desprenden las cosas. 

Oscar Rodriguez

Oscar Rodríguez, fundador de Portal de Actualidad,  se dedica a informar y analizar las últimas noticias de interés general, siempre manteniendo un enfoque imparcial y objetivo. Su carrera profesional le ha llevado a colaborar con importantes medios nacionales e internacionales, cubriendo noticias de actualidad, política, economía, deportes, ciencia y tecnología, entre otros temas.

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