¿Tiene sentido la guerra de sexos?
La ciencia ha demostrado la naturaleza mixta de la humanidad. Los hombres y las mujeres son distintos y además de la indisimulada diferencia de sus cuerpos, también hay constancia de cambios en el cerebro, lo cual no quiere decir que un sexo sea mejor que el otro.
Los diversos descubrimientos científicos en los campos de la biología, de la neurología o de la antropología ponen sordina a un debate mantenido a lo largo de la historia, con distintos postulados. Los resultados se alejan de las teorías de una de las mujeres más emblemáticas del feminismo tradicional, como fue la francesa Simone de Beauvoir, autora del Segundo sexo, una de las primeras en teorizar sobre las injusticias de un sistema que oprimía a la mujer y le negaba el derecho a realizarse fuera del matrimonio y de la maternidad, desempeñando un papel fundamental en la evolución de la condición femenina. Sin embargo, su creencia de que la diferencia entre hombres y mujeres no era más que un invento cultural, estaba equivocada y da la razón a personajes como Virgina Woolf, que cuando en 1928 reivindicó para las mujeres el derecho a tener una «habitación propia» o, dicho de otro modo, a que su vida no fuese exclusivamente subordinada a la de un hombre, no dudó en sostener una opinión que hasta hace muy poco seguían rechazando rotundamente las feministas tradicionales: el hombre y la mujer son diferentes. Un siglo más tarde, una filósofa francesa, Sylviana Agacinski, llegó a la misma conclusión, aunque para ello sufrió enemistades entre las defensoras más acérrimas de la condición femenina.
La idea de Beauvoir de que la mujer no nace, se hace, es también rebatida por Sophie Courgeon, coautora del libro de Lilith. «La ciencia ?dice? ha cambiado mucho las percepciones y ha derribado la teoría de Simone de que sólo eran una construcción histórica. No es así, aunque claro que interviene la educación. Hay un componente genético y otro cultural. Tampoco es justo recriminarla, porque ese libro lo escribió hace más de 50 años y había que ser reivindicativa. El libro es provocador por necesidad. De todos modos, hay que ser modestos, porque Simone de Beauvoir es una figura muy importante, de la que no se puede tirar a la basura todo lo que ha escrito, ni mucho menos».
El cambio sociológico y la emancipación de la mujer lleva implícito otros en el hombre. En la actualidad el varón está un poco desconcertado, especialmente las generaciones anteriores. Ha sido educado para el poder y que la mujer se encargase de la casa.
La mujer ha recorrido un camino hasta la igualdad de oportunidades lleno de esfuerzos y de esperas. En este proceso han habido varios acontecimientos decisivos. El primero, la revolución industrial; después, la tecnológica. «Ya no era necesario la fuerza bruta. Por otro lado, la Primera Guerra Mundial obligó a las mujeres a dejar sus viviendas y trabajar en el campo, ante la ausencia de los hombres, que estaban combatiendo. Luego, muchas ya no quisieron regresar a encerrarse en sus casas y empezaron los movimientos de emancipación que se desarrollaron especialmente en los años 40. Otro acontecimiento histórico fue el control de la natalidad. Antes, una mujer tenía que concebir hijos a cualquier precio y tantos como Dios quisiera. De esta manera, con cuatro o cinco niños era imposible tener el control de su vida.
Sobre el papel de las religiones, hay que decir que han hecho poco por la emancipación de la mujer, tanto la católica monocristiana como la judia. La ha mantenido como un ser inferior, «sacado de la costilla de Adan y que había que controlar, era la tentadora».
En este sentido, afirma que las religiones nacieron con los Estados y uno de los objetivos era fomentar la natalidad. Las relaciones sexuales estaban prohibidas fuera del matrimonio para fomentar la producción de obreros para el Estado. Religión e instituciones desarrollaron juntas un mundo con una clase superior y otra inferior que había que dominar, porque, además, proporcionaba trabajadores muy baratos. Por eso, se controló la sexualidad. Era importante que los hijos en Occidente naciesen dentro de la familia patriarcal, acostumbrados a respetar al padre, a un jefe, y, por tanto, luego a la otra autoridad con mayúscula. La familia era el núcleo de una sociedad que perpetuaba un sistema.
Esa limitación de competencias ha supuesto que la mujer haya desarrollado, con la ayuda de su atractivo, un verdadero poder en las sombras, en su beneficio. Era la apariencia frente al poder real. Ahora, cuando la emancipación de la mujer hace innecesario ese papel, Sophie defiende que la seducción entre ambos no debería desaparecer. «No creo que las mujeres sean mejores que los hombres, tampoco al revés», sostiene.
Esté en desacuerdo con los movimientos radicales femeninos que dicen que las mujeres no necesitan al hombre y cree en cambio que lo que se debe perseguir es una igualdad entre personas. «Somos complementarios. Diferencia es riqueza. Afortunadamente no somos idénticos, pero sí podemos ser iguales», concreta.
Pese a esta afirmación y según se analiza en el propio libro el dilema sigue ahí, si somos diferentes ¿quién es más inteligente: el hombre o la mujer?
En el siglo XIX se descubrió que el cerebro de la mujer era más pequeño que el de hombre. Los científicos de entonces, todos varones, no dudaron en afirmar que la mujer, con su diminuto cerebro, era menos inteligente que el hombre con su cerebro grande.
Igual de inteligentes
Sin embargo, ahora se sabe que no existe una relación real y directa entre el tamaño cerebral y la inteligencia. De hecho, los paleantropólogos descubrieron que el cerebro del Neanderthal, nuestro primo más cercano y el primer humano poblador de Europa, era más grande que el del Cromagnon, del que desciende la humanidad. El primero desapareció ante el empuje del Sapiens.
La diferencia de tamaño entre los cerebros del hombre y la mujer es algo irrelevante y puede estar en razón a la propia masa corporal. El hombre y la mujer son fisiológicamente diferentes, con procesos mentales diferentes, pero igual de inteligentes.
Cuestiones de tamaño aparte, esta comprobado que existen diferencias entre el cerebro masculino y el femenino.
El cerebro humano se divide en dos mitades, dos hemisferios, que constituyen dos formas de conocimiento distintas y desempeñan papeles complementarios. El izquierdo proceso el pensamiento lógico y proporciona una visión analítica de los fenómenos, mientras que el derecho maneja la información emocional y permite visualizar los fenómenos en un contexto general.
El núcleo de colaboración entre las dos mitades se encuentra en una zona llamada cuerpo calloso. Varios estudios han demostrado que el cerebro femenino no separa tanto como el masculino las habilidades de cada hemisferio. Los neurólogos dicen que es menos lateralizado. Sophie Courgeon dice que una de las consecuencias es que la mujer ve los daños colaterales, es decir que cuando lleva a cabo una acción no sólo aprecia el objetivo, sino los detalles que se mueven alrededor. El hombre va directo al grano. Es una característica del pensamiento del varón, que va de un objetivo a otro, pero no percibe lo que le rodea.
De ahí podría derivar la capacidad femenina de fusionar el cerebro que intuye y que siente con el que razona y analiza, logrando una visión contextual de los acontecimientos, mientras que la mayor lateralización del cerebro masculino, que nunca reúne los dos hemisferios para realizar una misma tarea, sino que utiliza uno u otro, podría explicar la habilidad que tiene el hombre para concentrarse en un único objetivo sin distraerse por interferencias, levantando un muro entre razón y sentimientos.
Estas diferencias no son culturales, aparecen antes que un bebe abra sus ojos al mundo.
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